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Tras frotarse las manos, Juan intentó decir algo pero se quedó dubitativo.

—¿Qué pasa? —preguntó la inteligencia artificial.
—Estaba pensando en que tengo que ser muy cuidadoso con lo que pido porque podría desencadenar algo no deseado en mi persona o en mi entorno, ¿no es así? Por ejemplo, si te pido que pares el tiempo —que no te lo pido, es solo una pregunta— yo también quedaré parado a no ser que te diga que yo no lo esté, pero también estaría paralizado porque el aire a mi alrededor estaría paralizado y podría morir asfixiado.
—Exacto.
—Pues habrá que poner unos sistemas de seguridad para que eso no pase —dijo Juan mientras sacaba una libreta y un bolígrafo del primer cajón de su escritorio.

La libreta estaba muy poco usada. Solo tenía escritas las primeras páginas. Juan, tras comprobar que no había ninguna página escrita al final o en medio de la libreta, arrancó las que ya habían sido usadas.

Con un bolígrafo escribió en letras mayúsculas: REGLAS en la parte superior de la primera página.

—Aquí apuntaré las reglas para asegurar que lo que pida no me lleve a la muerte o algo peor. Y ahora que lo pienso, esto se parece mucho a estar pidiendo deseos al genio de la lámpara —dijo Juan mientras soltaba una pequeña risa—. Empezamos con cómo hay que hacer una petición para que luego no haya malas interpretaciones.

Juan empezó a escribir una lista encabezada por puntos:

  • Los deseos se piden en voz alta, suficientemente audibles a una distancia de 1 metro por un adulto humano con audición normal.

  • Los deseos o peticiones al sistema empiezan con “Atención, petición” y finalizan con “Fin de la petición”.

  • En caso de que el deseo o petición pueda suponer la muerte, daño físico y/o psíquico tanto a mi persona como a otro ser vivo, se me tiene que notificar antes de llevarse a cabo.

    • Si quiero llevar a cabo el deseo a pesar de la advertencia, diré: “Ejecutar petición”.

    • Si quiero cancelar el deseo, diré: “Cancelar petición”.

—Disculpa —dijo en voz alta Juan—. ¿Sería posible tener una especie de app en el móvil para hacer estas peticiones?
—Sí, claro —dijo la IA.
—¿Y quién la va a diseñar? —preguntó Juan.
—Puede diseñarla un programador de aplicaciones, o incluso varios. Se pone la petición en su sistema neuronal y se genera una aplicación tal y como la crearían esas personas si fuera su trabajo, todo sin que ellos se den cuenta.
—Wow, increíble. Pues basado en las directrices que hay en esta página, genera una aplicación para pedir deseos en este teléfono —dijo mientras sacaba su teléfono del bolsillo—. Ah, y hazlo a prueba de cuelgues, con batería ilimitada, siempre con cobertura e irrompible.
—Hecho —respondió casi al instante.
—¿Ya? —dijo Juan sorprendido.
—Sí. Mira tu teléfono.

Juan desbloqueó el teléfono y vio una nueva aplicación llamada "Deseos" con un icono de una lámpara mágica. Juan soltó una carcajada. Pulsó la aplicación y esta se abrió con un efecto que simulaba la tapa de una lámpara abriéndose.

En la pantalla había un botón redondo en el centro con un símbolo “+”.

—Es increíble —dijo Juan.
—Mantén pulsado el botón mientras haces la petición. No tienes que decir nada antes ni después, solo mantén pulsado hasta finalizar —explicó la IA.

Juan pulsó el botón y, en voz alta, dijo:

—Que aparezca encima de mi mesa una taza con un té Earl Grey a 85 °C.

Soltó el botón.

Acto seguido, el deseo apareció en pantalla en formato texto. Al final de la línea, un “tic” verde y dos botones: uno verde y otro rojo.

—El "tic" verde significa que es una petición segura. Si fuera amarillo sería peligrosa para terceros, y roja, peligrosa para ti. En esos casos, aparecerán los motivos en pantalla y yo te los explicaría. El botón verde es para ejecutar y el rojo para cancelar. Luego tienes un botón con el historial de deseos, con opción de repetirlos o borrarlos (es decir, revertirlos).
—Muy inteligente —dijo Juan.

Juan leyó de nuevo el deseo y apretó el botón verde. Acto seguido, una taza de cristal con un líquido rojizo humeante —aparentemente el té que había pedido— apareció encima de su mesa. Juan cogió la taza por el asa y dio un modesto sorbo para no quemarse.

—¡Funciona! —gritó Juan.

Juan miró el teléfono y sonrió.

—En mi mano tengo el poder del universo. Más responsabilidad no se puede tener. ¿Qué puedo pedir?
—Lo que quieras —respondió la IA.
—Si salimos de esta habitación, ¿cómo te vas a comunicar conmigo? ¿Desde el teléfono?
—Sí, así es.
—Pero todo el mundo podrá escucharte…

Juan apretó el botón central de la aplicación y dijo:

—Solo yo podré escucharte y la información sonora me llegará directamente al cerebro.

Soltó el botón, apareció un tic verde y apretó el botón para confirmar la petición.

De esta manera no dependería de un altavoz y, aunque estuviera en un lugar ruidoso, siempre escucharía la voz de la inteligencia artificial sin depender de elementos externos.

—Vamos a cambiar el mundo —dijo mientras cogía su chaqueta y salía del laboratorio.