Horizonte de sucesos
A pesar de que Javier ya estaba jubilado, seguía levantándose como siempre, bien temprano, siguiendo casi sus mismas rutinas. La única diferencia era que, en vez de ir a trabajar como profesor en la universidad, se pasaba el día encerrado en el despacho que había habilitado en la que había sido la caseta de los trastos del jardín.
Dentro del pequeño habitáculo sin ventanas había una mesa de escritorio con un potente ordenador portátil, un aire acondicionado portátil, una estantería llena de libros de astronomía, un antiguo emisor y receptor de radioaficionado, una foto enmarcada de Saturno hecha por el propio Javier y, en una esquina, su más preciado juguete: un telescopio Mak 150 con el que pasaba horas observando el cielo y capturando vídeos y fotografías que luego compartía en redes sociales.
Con mucho cuidado, sacó el telescopio al exterior, lo puso en marcha e introdujo los datos para observar el sol.
Mientras el telescopio se alineaba con el astro rey, Javier encendía su portátil dentro de la caseta. Eran las 7:11. Abrió la aplicación de captura de vídeo y segundos después tenía al sol en pantalla. Activó la grabación para su canal de YouTube.
A las 7:13:58 comenzó a grabar. A los 24 segundos, la imagen se volvió negra.
—¿Cómo? —exclamó Javier.
Verificó la conexión. Todo parecía funcionar. La aplicación seguía grabando. Levantó la mirada. A través de la rendija de la puerta solo había oscuridad.
Abrió la puerta. Era de noche. Las estrellas brillaban, pero no había rastro del sol.
Nervioso, revisó la hora: 7:15. Encendió la linterna y corrió a despertar a su mujer.
—Marta, despierta.
—¿Qué pasa? Si aún es de noche...
—¡No cariño, son las 7 de la mañana y el sol ha desaparecido!
Marta dudó, revisó su reloj. También marcaba las 7:20. Miró de nuevo por la ventana. Oscuridad total.
—¿Esto es una broma?
—No lo sé... algo está pasando.
En la televisión: emisión especial. El sol había desaparecido.
—¿Es el fin del mundo? —preguntó Marta.
—Eso parece... pero ¿por qué?
Javier corrió a la caseta. La grabación seguía. El telescopio aún rastreaba. Amplió la imagen. Un aro tenue apareció. Ajustó el enfoque: un agujero negro.
Subió el vídeo a redes sociales. Editó, firmó y compartió en todas partes. Su tuit se volvió viral.
—Javier —llamó Marta—. ¡Tu vídeo está en las noticias!
El noticiario mostraba su vídeo. El sol colapsando en pocos fotogramas.
—¿Lo has subido tú? —preguntó Marta.
—Sí. Pura casualidad.
Entrevistaron a un astrónomo en directo. Sin explicación. Solo repetía: “Es imposible”.
Entonces sonó el teléfono. Javier miró la pantalla. Número oculto.
—¿Dígame? Sí... soy yo.
Silencio. Escuchó con atención.
—¿La NASA?
Se incorporó, serio.
—Sí, tengo la grabación original. Puedo enviarla.
Colgó y, antes de poder decir nada, sonó de nuevo el teléfono. Esta vez, vio el nombre de su hija.
—Tranquila, amor. Venid aquí, os esperamos —dijo Javier, mirando a Marta.
—¿Era Olga? —preguntó ella.
—Sí. Está muy alterada. Ha visto el vídeo y no sabe qué hacer. Mejor que vengan.
Horas más tarde:
Javier, Marta, Olga y Tania veían las noticias. El agujero negro crecía. La Tierra había abandonado su órbita. Se acercaba el colapso. Debates científicos, religiosos, esotéricos... pero el destino era inevitable.
Mercurio fue expulsado del sistema solar. Venus quedó atrapado en órbita. La Tierra sería la siguiente.
Prepararon comida. Siguieron el evento por televisión e internet. Millones veían el vídeo de Javier. Lo piratearon. Javier solo comentó:
—No importa. Lo que vale es este momento, con vosotras.
Cuando llegó la noche:
Recordaron su vida. Dormían abrazados.
Al día siguiente: oscuridad, frío, el horizonte de sucesos era visible a simple vista.
Sin electricidad. Solo quedaba el calor humano. Se abrazaron. El silbido del aire escapando. La Tierra tembló.
—Me cuesta respirar —dijo Tania.
Sentados en círculo, se abrazaron. Lloraron. Luego silencio.
La atmósfera se desvaneció. La Tierra se rompió.
* * *
Epílogo
—¿Y E72? —preguntó Gregg mientras dejaba caer su bandeja sobre la mesa.
—Finalizada —respondió Oscar—. Entraron en colapso. Ya no tenía sentido seguir.
—¿Otra vez? —dijo Sandra, sentándose con un suspiro—. ¿Cómo la terminaste?
—Un agujero negro en su estrella. La programé para las 6:06 del 6 de junio. Un pequeño homenaje al caos que tanto les obsesionaba.
Gregg rió por lo bajo.
—Seguro que algunos lo interpretaron como un castigo divino.
Oscar asintió.
—Religiones, teorías conspirativas, científicos buscando explicaciones. Todo lo de siempre.
—¿Y cuál era el propósito de esa simulación en concreto? —preguntó Sandra.
—Lo mismo de siempre —respondió Oscar—. Encontrar un modelo en el que una civilización avanzada no se autodestruya antes de alcanzar estabilidad interplanetaria. Esta se basaba en una cronología especialmente compleja: industrialización acelerada, dependencia energética crítica, crisis climática, polarización ideológica...
—Ah —dijo Sandra, frunciendo el ceño—. ¿La de pintor frustrado que inició una guerra mundial?.
—Exacto.
Gregg dejó los cubiertos y miró al vacío.
—¿Y funcionó algo?
—No lo suficiente. Demasiado tarde. Todo lo que podría haberles salvado ya estaba en sus manos, pero lo ignoraron.
—Otra oportunidad perdida —murmuró Gregg.
No comments to display
No comments to display